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Nuestra Madre Conchita en aquella época |
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“Este viaje lo realicé en septiembre de 1963. Por entonces la reuniones del Concilio Vaticano II estaban con plena ocupación. Su Santidad Paulo VI había subido al solio en julio de 1963 y yo estaba en Roma el 5 de octubre del mismo año.
“Mi primera visita al Excmo. Sr. Obispo D. José Gabriel Anaya en Roma fue el 6 de octubre. Me dijo su Excelencia que procurase estar lista para el miércoles de esta semana a presentar mi asunto a la Sagrada Congregación de Religiosas en el Vaticano. Mostré entonces mi grande optimismo y él prudentemente me advirtió que estuviera dispuesta a lo contrario.
“El día 12 de octubre hubo una audiencia por el Papa a todos los mexicanos en honor de la Virgen Santísima de Guadalupe. Él entró a la sala, subió a su trono y dio su discurso, terminado el cual, mientras cantaron el Himno Guadalupano, en medio de la emoción de aquella visita me subí a una silla y con voz sonora grité con todas mis fuerzas: ‘¡Viva el Vicario de Cristo!’ Viendo que el Santo Padre se fijaba en mí a distancia, le grité piadosa y fuertemente: ‘Santísimo Padre, os traigo un regalo.’ El Santo Padre se encaminó hacia mí y levantando su mano derecha me la dio a besar y yo enmudecí de gozo ante la bondad tan paternal e inusitada de Su Santidad. Recuerdo que entregué en su mano izquierda un libro que había escrito para él con las crónicas de la Obra y él lo pasó a un purpurado que lo acompañó.
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“Al día siguiente 13 de octubre entregué en manos del tercer Secretario de Estado del Santo Padre un portafolio repleto de documentos, duplicados del archivo que llevaba a la Sagrada Congregación de Religiosos. El día 14, en este Dicasterio, por recomendación del Excmo. Sr. Anaya, tuve la entrevista con el R.P. Severino Monzó. Después de una larga entrevista y de revisar mis documentos, me preguntó si pretendía yo que este asunto se solucionara en estos días en que estaban todos los eclesiásticos ocupadísimos en el Concilio. Le respondí que estaba dispuesta a esperar hasta que se me dijera. Habiendo salido el padre de la sala y volviendo con más de una docena de sacerdotes, continuó la interrogación durante la cual tuve que confesar que no conocía el motivo por el cual el Sr. Anaya había desintegrado la Comunidad. El Padre Monzó, indignado, despidió a los demás sacerdotes quedándose solo a hablar conmigo. Al preguntar por el oficio de la desintegración de la Comunidad y al decirle yo que no hubo ninguno y tampoco un proceso canónico, me dijo con toda solemnidad: ‘Es arbitrario y anticanónico proceder en esta forma. Ninguna corporación erigida canónicamente por un obispo diocesano puede ser desintegrada por otro obispo si no hay una causa suficiente. Y para ello se debe primero acudir a Roma, a fin de procederse canónicamente. Esto significa que la obra de las Mínimas del Perpetuo Socorro de María no ha dejado de existir dentro de la Iglesia. Alégrese usted porque su Obra no ha sido cegada de la Santa Iglesia, tan sólo ha sufrido un eclipse aparente’.”
Después de hacer a Nuestra Madre muchas otras preguntas sobre la vida de comunidad, de manifestar su deseo de verla vestida con el Santo Hábito y que estuviera pendiente de nuevas citas, el Padre terminó la entrevista diciéndole: “La felicito”.
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Roma 1963. La Obra del Desagravio
no
ha dejado de existir ¡Aleluya! |
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Su Santidad Pablo VI. |
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Por aquellos días conoció al Sr. Arzobispo de Arequipa, Perú quien le aconsejó que no abandonara Roma sin tener la respuesta de la Sagrada Congregación de Religiosos. Y a los escasos quince días de la entrevista con el Padre Monzó llegó a sus manos la APROBACIÓN de la Obra, con fecha 24 de octubre de 1963, ¡fiesta de San Rafael, a quien había encomendado su viaje! ¡Aleluya! Aquello era el comienzo de la resurrección de la Obra. Era el haber quitado la piedra del sepulcro.
Nuestra Madre solicitó y obtuvo un boleto para otra audiencia con el Santo Padre para el día 12 de diciembre y entretanto pidió limosna para hacerse un Santo Hábito. El día de la audiencia, cuando el Santo Padre anunció que bendeciría los objetos, Nuestra Madre alargó su escapulario y él clavó en ella su mirada e hizo sobre ella la señal de la Cruz pronunciando las solemnes palabras de la bendición pontificia.
Cuando Nuestra Madre fue a despedirse del Padre Monzó y agradecerle todo lo que había hecho por ella, le respondió: “Le voy a hacer saber a Ud. en lo particular, para que sepa agradecérselo a quien lo merece. El Papa, Madre Zúñiga, el Papa fue quien lo hizo todo por Ud., pues yo recibí de él este encargo: ‘Una mexicana que ha venido con este asunto, con una Obra religiosa importante para este tiempo... ¡dadle toda facilidad de continuar!’ No cabe duda, terminó diciendo el Padre, Dios está con Ud.”
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Nuestra Madre vestida con su Santo Hábito. Roma - Octubre 1963 |
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A mediados de diciembre de este año de 1963, Nuestra Madre Conchita regresó a México para organizar la nueva fundación en Chilapa que se realizaría en enero del próximo año, junto con tres de sus primeras compañeras.
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