Poniéndose la Orden bajo el patronato de la Virgen Santísima, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, es considerada como Madre Superiora General y como a tal se le consulta y toma siempre consejo en todas las cosas. A Ella encomendamos los asuntos con espíritu profundo de fe y sencillez filial. En todos los rasgos de nuestra vida común y en nuestras costumbres, los miembros de esta Orden tratamos de resaltar este tinte mariano que llegue con verdad a caracterizarnos como tributo de honor a nuestra divina Madre y Señora, abandonándonos en su regazo para lograr una perfecta unión con Jesús, el cual Ella sostiene en sus brazos. El fin de esta advocación es el ejercicio de la confianza en María.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús tiene por objeto directo el consolarle procurando unificarnos con Cristo para ofrecernos como víctimas con Él y como Él, coparticipando en su Pasión interna considerada en el Sacramento de la Eucaristía, donde ha perpetuado místicamente su victimado.

 
 
 
 
 

En cuanto a nuestro Padre San Francisco, la devoción que se le tributa es como a Fundador. Su fin es ceñirnos a él como Padre y cimiento de la doctrina de penitencia, pobreza y amor, en los vuelos de su espíritu y la rectitud y simplicidad santa de su conducta para glorificar a Dios, imitando como él a Cristo Señor Nuestro y a su Santísima Madre en llevar una vida perfecta de inmolación.

 

La devoción al glorioso Patriarca San José, como esposo de María y jefe que fue de su hogar, es también filial y con espíritu de abandono confiado a su patrocinio, al cual encomendamos en particular el cultivo de la vida interior en nuestras almas. En su honor se consagra cada casa y se le encomienda el sostenimiento material.

 
 
 
 

Mas, sobre todas las devociones, las hijas de esta religión tenemos una devoción amorosa y confiada a la Divina Justicia, cuyo atributo honramos con ofrecernos en desagravio de todos los pecados del mundo, como víctimas en unión de Jesús Víctima. Debemos rendir culto de entrega y de amor a la Justicia de Dios tan impíamente ofendida y generalmente temida. Esta tan bella devoción procuramos difundirla y enseñarla a las almas, a fin de que Nuestro Señor Jesucristo tenga imitadores cada día más fieles en esa iniciativa que Él nos enseñó con su vida y ejemplo al venir a la tierra exclusivamente para entregarse a la Justicia Divina como Víctima de desagravio por la redención del mundo.

 
     
 
 
     
 
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